domingo, 30 de mayo de 2010

Ortega, CAP y Chávez

Por :Manuel Felipe Sierra
Daniel Ortega estacionó su jeep en la puerta del Intercontinental de Managua. Era la medianoche del 24 de abril de 1990. A las pocas horas debía entregar la presidencia a Violeta Chamorro. Minutos después Ortega junto a Carlos Andrés Pérez abandonaban el hotel. El mandatario venezolano debía cumplir una urgente tarea: convencer al vicepresidente Virgilio Godoy de que aceptara la ratificación del comandante Humberto Ortega como jefe del Ejército.
Una hora Pérez le comunicaba a Ortega que el impase se había solventado y que al día siguiente, como estaba previsto, se realizaría la transmisión de mando. La mañana del 25 en el Estadio Nacional de la capital, en medio de ovaciones, gritos y protestas aisladas Ortega adornó el pecho de la Chamorro con la banda presidencial.
Agonizaba el esplendor de la revolución sandinista. Habían transcurrido diez años desde que un ejército de jóvenes comandantes entrara a Managua con la promesa de reconstruir un país diezmado por el despotismo de los Somoza. Una junta de reconstrucción nacional se encargó del poder. Al tiempo, se registraron las desaveniencias de un cuerpo colegiado compuesto por tendencias ideológicas diversas.
En 1980 Ortega se transformó en jefe del Estado de facto. Se iniciaba un proceso revolucionario de la mano de la Cuba fidelista. En 1984, llamó a elecciones las cuales ganó con el 63 por ciento de los sufragios. Era un voto de confianza a una gestión que se proponía construir el socialismo real. Las guerrillas en El Salvador y Guatemala registraban avances y el gobierno de Ronald Reagan jugaba al blanco y negro decretando una guerra implacable contra los núcleos subversivos.
Las exigencias de la guerra, una deficiente administración pública y políticas populistas determinaron a los años una grave crisis económica y política. Se daban ahora los signos de cambio en el mundo comunista y se abría paso una política intermedia de búsqueda de la democracia ante el dilema guerrilla y ejército pronorteamericano. El gobierno venezolano de Luis Herrera Campíns cumplía una importante función en promover fórmulas democráticas que tras varios intentos como el Grupo Contadora, el Plan Arias y los acuerdos de Esquipulas, decretaron el cese de la confrontación y luego la concreción de acuerdos de paz.
Acosado por una oposición que se había transformado en resistencia armada denominada “la contra”; con un cuadro internacional ya desfavorable y un país en ruinas, Ortega (contrariando los consejos de La Habana) convocó a elecciones que perdió ante la Unión Nacional Opositora, una alianza de 14 partidos políticos que alcanzó el 54 por ciento de los votos, el 25 de febrero de 1990.
En el retorno a la democracia fue clave la intermediación de Carlos Andrés Pérez y Felipe González quienes ofrecieron a Ortega la seguridad de que su derrota no implicaba un pase de factura. De esta manera, el líder sandinista siguió actuando en la política nicaragüense; se convirtió en un candidato crónico y durante 16 años sólo conoció derrotas. El 2006 ganó la Presidencia con el apoyo de partidos que habían sido sus adversarios tradicionales y a costa de la división del movimiento sandinista. Su campaña se nutrió con novedosos elementos de la comunicación política; utilizó los colores rosa, amarillo y celeste y su canción de batalla fue “trabajo y paz”, una versión en español de la “Give Peace a Chance” de John Lenon.
Ortega había asistido a la toma de posesión de Chávez el 2 de febrero de 1999. Se hizo aliado y propagandista del proceso venezolano y era lógico que su nuevo ascenso al poder, si bien no tenía nada que ver con los planteamientos del socialismo del siglo XXI, encontrara en el régimen chavista un soporte fundamental para enfrentar una situación económica de casi irremediable pobreza.
En estos años la corrupción ha sido la característica sobresaliente de su gobierno. Joaquín Ibarz en La Vanguardia de Barcelona escribe: “en este nuevo período en la presidencia de Nicaragua, Ortega no esperó a dejar el poder para llenarse los bolsillos; desde que volvió a asumir la jefatura del Estado con la complicidad de Arnoldo Alemán (expresidente enjuiciado por corrupción) lo menos que se dice de él es que se ha dedicado a aumentar su inmensa fortuna”. Fortuna que ya era tan grande que cuando abandonó la presidencia en 1990, en Nicaragua se decía que “en 5 años había robado más que la dinastía Somoza en 40”. No sólo eso. Denunciado por un gigantesco fraude en las últimas elecciones municipales hoy maniobra para asegurar su permanencia en el poder violentando todo tipo de legalidad e incluso planteando la liquidación del poder legislativo. El escritor Sergio Ramírez quien lo acompañó como vicepresidente de la República señala: “Ortega controla además, a los jueces y magistrados de los tribunales en todos los niveles organizados en sindicatos militantes; controla a los contralores que se supone deben detener los actos de corrupción y quiere además controlar la Policía Nacional y el ejército, instituciones que hasta ahora se han regido al amparo de la Constitución”. Ortega se apega ahora al guión chavista, gracias a que hace 20 años aceptó como conveniente los consejos de Carlos Andrés Pérez, su amigo venezolano de entonces.
manuelfsierra@yahoo.com
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