viernes, 14 de enero de 2011

Relaciones internacionales sostenibles

PHILIP PETTIT / ANTONIO ESTELLA 14/01/2011


Un periodista le preguntó hace mucho tiempo a Mahatma Gandhi qué pensaba sobre la civilización occidental: "Que sería una muy buena idea", contestó Gandhi. Su respuesta contenía en realidad dos mensajes diferentes, uno valorativo y el otro fáctico. La perspectiva de la existencia de una civilización occidental era algo atractivo e inspirador; pero la materialización de algo parecido a un "estado de civilización" en Occidente estaba muy lejos todavía de poder alcanzarse, según Gandhi.


Apostamos por un ideal que ponga el acento en la no dominación más que en la no interferencia

Si a cualquiera de nosotros nos preguntaran qué pensamos no sobre la civilización occidental, sino sobre el mundo de relaciones internacionales que hoy día se abre ante nuestros ojos, seguro que podríamos estar tentados de responder de forma muy parecida a como lo hizo Gandhi: estaría bien tenerlo, pero estamos muy lejos de conseguirlo. ¿En qué debería consistir por tanto ese mundo, esa comunidad global de ciudadanos, a la que tendríamos que aspirar? ¿Cómo podríamos conceptualizarla si, por ejemplo, quisiéramos otorgarla un papel de "guía ideal" que orientara el despliegue de nuestra acción política en el mundo? Ahora que Trinidad Jiménez ha sido nombrada ministra de Asuntos Exteriores y Cooperación del Gobierno de España, creemos que es un buen momento para volver a plantear este tipo de cuestiones. Y más que asignar "tareas" para la nueva ministra, lo que pensamos que falta es una idea, o ideal, que sirva de guía y de leitmotiv de la acción exterior de nuestro país.

Al menos desde los Tratados de Westfalia y el final de las guerras religiosas en Europa, la imagen más habitual del orden internacional ha sido más bien algo lúgubre, en la que cada Estado miraba por sus propios intereses y en la que, en la medida en que las fronteras estatales eran respetadas, no se producían interferencias entre unos y otros Estados. Este ideal de independencia como no interferencia ha permanecido bastante inalterado hasta la actualidad, a pesar de la emergencia de nuevas pautas de organización internacional, de resistencia ante el abuso de los derechos humanos y, sobre todo, del despliegue de la ayuda al desarrollo. Sobre la base de la emergencia de estas nuevas pautas, algunos han intentado reemplazar este ideal de independencia como no interferencia por una aspiración moral en pro de una justicia global. Pero hay que reconocer que aunque esta idea ha prosperado entre filósofos, ha tenido bastante menos suerte entre los políticos.

Nosotros pensamos, sin embargo, que es fundamental rellenar esta laguna que existe en el ámbito de las relaciones internacionales, apostando por un ideal que ponga el acento en la no do

-minación de los ciudadanos del mundo, y no simplemente en la no interferencia. La gente, los ciudadanos, serán dominados por otros si estos tienen el poder de entorpecer el desarrollo de su libertad, presionándolos para que se dobleguen ante su voluntad. Y esa dominación puede materializarse incluso -y este punto es fundamental- cuando en la práctica no se produzca ningún tipo de interferencia: bastará para que haya dominación con que los ciudadanos, preventivamente, acomoden sus propios deseos a los de aquellos que podrían ejercer interferencia.

En este sentido, venimos trabajando durante algún tiempo en la cuestión de cómo conceptualizar un ideal en el ámbito de las relaciones internacionales que gire en torno a la idea de que nadie debería ser dominado por otro. En lo que sigue ofrecemos simplemente un primer esbozo de este nuevo concepto, que hemos denominado relaciones internacionales sostenibles, y que gira en torno a las siguientes 10 reflexiones:

1. Estados cooperativos: el ideal internacional de independencia como no dominación solamente puede desplegarse por Estados cooperativos que tengan la voluntad de plantear sus relaciones con los demás Estados en términos de igualdad. A esos Estados se les requiere que, como primer paso a la hora de alcanzar dicho ideal, adopten un papel efectivo de mantenedores de la paz y limiten a los Estados que rechacen esta constricción.

2. Estados eficaces: más específicamente, dicho ideal solamente puede ser avanzado por aquellos países que sean eficaces a la hora de proveer paz y prosperidad a sus propios ciudadanos. Se debería requerir, como segundo paso, que esos países establezcan un sistema de ayuda al desarrollo. Dicha ayuda debería estar destinada, en particular, a conseguir que los receptores se convirtieran también en países eficaces, en el sentido en el que describimos ese concepto aquí.

3. Estados representativos: en tercer lugar, la tarea de alcanzar un ideal de no dominación, solamente debería recaer en aquellos Estados que representen a todos sus miembros: como mínimo, Estados que no violen los derechos humanos de sus ciudadanos. A estos países se les exigiría, como tercer paso, que adopten medidas razonables para que aquellos Estados que no respetan esta condición cambien sus prácticas de no respeto de los derechos humanos.

4. Estos Estados cooperativos, eficaces y representativos deberían adoptar medidas que les permitieran disfrutar de independencia como no dominación entre ellos y en relación con otros actores internacionales: es decir, también frente a corporaciones multinacionales, bancos, confesiones religiosas, etcétera. Esa independencia les permitiría disfrutar de un poder de resistencia frente a la dominación militar, económica, financiera o cultural que se pudiera ejercer desde fuera

5. Concretamente, deberían adoptar medidas que permitieran el establecimiento de un orden internacional formado por Estados no dominados, pero que a la vez no dominaran. Dicho orden debería ser sostenible a través de las generaciones. Cuanto más sostenible fuera dicho orden, más perfecto sería ese orden internacional basado en la no-dominación.

6. En dicho orden internacional, cada Estado debería desarrollar medidas autodefensivas, concretamente, medidas por las cuales los Estados más débiles hicieran causa común frente a los actores más fuertes.

7. Para el establecimiento de un orden internacional sostenible basado en la independencia como no-dominación también son necesarios la promoción y el desarrollo de instituciones internacionales que puedan establecer y ejecutar acuerdos en áreas como el control de los armamentos, el comercio, las finanzas, áreas todas ellas en las que la independencia de los Estados siempre está en juego.

8. La necesidad de dichas instituciones se refuerza por el hecho de que existen varios "bienes públicos comunes" que no pueden ser promovidos por Estados de manera individual; nos referimos a la lucha contra el cambio climático, la transformación de nuestro modelo económico, la salud pública, el crimen internacional, etcétera.

9. El problema reside en que dichas agencias internacionales podrían ser, a su vez, el origen de dominación, ya que, a menudo, el abandono de dichas instituciones por parte de sus miembros no constituye una alternativa realista. Por tanto, otra medida que habría que adoptar es que dichas instituciones internacionales fueran democráticas y estuvieran sujetas a control político.

10. Debería ser posible evaluar hasta qué punto el mundo en su conjunto, y los Estados que lo componen, se encaminan hacia este ideal de independencia sostenible que hemos trazado aquí. Proponemos, en este sentido, la creación de un Índice de Relaciones Internacionales Sostenibles, que se publicaría anualmente y en el que se daría cuenta de los progresos realizados.

Philip Pettit es profesor de la Universidad de Princeton y Antonio Estella es responsable del Departamento Internacional de la Fundación Ideas. El informe al que hace referencia el texto será publicado por la Fundación Ideas en el primer semestre de 2011.

sábado, 8 de enero de 2011

Obama contraataca

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BRUCE ACKERMAN 07/01/2011
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Con la toma de posesión de un nuevo Congreso el 5 de enero y teniendo en cuenta el funcionamiento del sistema de controles y equilibrios en Estados Unidos, parece que vamos a entrar en un periodo de estancamiento en el que las iniciativas de Obama chocarán con la feroz oposición de un Partido Republicano resucitado. Pero el consejo de Montesquieu

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Para impulsar sus iniciativas puede tomar decisiones ejecutivas unilaterales

[sobre la necesidad de dichos controles y equilibrios] ha quedado anticuado. Tener un Estado dividido, hoy en día, es facilitar una crisis de gobernabilidad, y eso hace que tanto el Congreso como el presidente traten desesperadamente de imponer su voluntad mediante actuaciones unilaterales.

En esta rivalidad, la presidencia tiene una ventaja abrumadora. Cuando los republicanos se hicieron con el Congreso en 1994, Newt Gingrich intentó aplastar a Bill Clinton negándole el dinero. Pero el cierre de la Administración que eso provocó fue tremendamente impopular y garantizó la victoria de Clinton en las elecciones posteriores. Los republicanos actuales no van a querer repetir el error de Gingrich. Y, si renuncian a esa arma, no tienen muchas más. Es de suponer que los presidentes republicanos de los comités parlamentarios emprenderán investigaciones sobre escándalos reales o imaginarios, pero el resultado no será más que el bochorno político.

En cambio, los presidentes disponen de un arsenal formidable. Como medidas más llamativas, pueden emprender acciones militares contra Al Qaeda en otros países para evitar un atentado o tomar drásticas medidas de emergencia si el atentado se produce.

También pueden tomar medidas unilaterales para transformar la política interior. Poseen la autoridad para hacerlo porque el poder está cada vez más centralizado en el equipo de asesores de la Casa Blanca. Los poderes de esos asesores se han ampliado enormemente. Ronald Reagan dio el primer gran paso en ese sentido. Sin pedir permiso al Congreso, dictó una orden presidencial por la que concedía a su equipo la potestad de rechazar iniciativas propuestas por los ministerios. Bill Clinton dio otro paso más. Bajo su presidencia, el equipo de la Casa Blanca no sólo podía vetar propuestas de los ministros sino emitir directivas en las que les ordenaban adoptar nuevas iniciativas reguladoras.

Cuando los demócratas perdieron el Congreso en 1994, Clinton sacó el máximo provecho a esos nuevos poderes. Empezó a aparecer en persona en la sala de prensa para anunciar a bombo y platillo las iniciativas dictadas por su equipo; repetía este ritual cada vez que la Administración respondía con una propuesta reguladora concreta.

Pero, por muy cómodo que les resulte a los presidentes, este cambio engendra nuevos peligros. En su intento permanente de dominar a sus rivales en el Congreso, la Casa Blanca puede dictar decretos que sobrepasen los límites establecidos por la ley. Como subrayó la magistrada del Tribunal Supremo Elena Kagan cuando era catedrática de Derecho en Harvard, "son los presidentes, más que los funcionarios, quienes tienden a desafiar los límites en la interpretación de las leyes" y, de ese modo, generan una propensión a "no respetar la ley". Existe otro factor más que ha facilitado esta extralimitación de poderes. Desde la época de Nixon, el Ejecutivo ha creado un cuerpo selecto de abogados con incentivos irresistibles para decir al presidente lo que desea oír. Los "memorandos de la tortura" del Gobierno de Bush son un ejemplo tristemente famoso, pero no son más que una muestra más de la tendencia general de esa nueva élite legal a defender lo indefendible. La oficina jurídica de la Casa Blanca está formada por unos 40 abogados muy capacitados, pero que normalmente han conseguido el trabajo gracias a sus vínculos políticos con el presidente. Sobre todo, cada vez más, los 25 abogados de la Oficina de Asesoría Legal, una división especial del Departamento de Justicia que proporciona asesoramiento legal al Gobierno.

Los excesos legales de los años de Bush deberían haber impulsado una reorganización fundamental de estas élites jurídicas. Pero no ha sido así: simplemente, la gente de Obama ha sustituido a la de Bush en los puestos clave. También ellos elaborarán magníficos documentos legales para defender las iniciativas unilaterales del presidente dentro y fuera del país.

Las últimas elecciones no han destruido a Obama como fuerza política. La única diferencia será un cambio en los métodos para impulsar sus iniciativas, que pasarán a depender de decisiones ejecutivas unilaterales. Eso puede ser un peligro a largo plazo. Igual que el unilateralismo de Clinton preparó el terreno para el desprecio a las leyes de la época de Bush, las iniciativas radicales de Obama serán precedentes que darán legitimidad a las decisiones ejecutivas del próximo presidente de derechas. Lo importante es que los republicanos puedan, o no, repetir su reciente victoria en 2012.

Yo lo dudo. Para vencer a Obama, los republicanos necesitan un candidato más creíble que Sarah Palin, y todavía no ha aparecido ninguno. Claro que siempre he sido muy mal profeta político. Y, si vuelvo a equivocarme, prepárense para ver una nueva y desastrosa extralimitación en el uso de los poderes presidenciales.

Traducción de Mª Luisa Rguez. Tapia.

Bruce Ackerman ocupa la Cátedra Sterling de Derecho y Ciencia Política en Yale; su último libro es The decline and fall of the American Republic (Harvard University Press).