domingo, 21 de junio de 2009

Irán con ojos venezolanos

Tensión en Irán
MOISÉS NAÍM 21/06/2009

Irán y Venezuela no podrían ser países más diferentes. Piadosos chiíes, rezos diarios y ley seca en uno; rumberos caribeños, salsa y mucho ron, en el otro. Las iraníes con trajes y velos que todo lo cubren; venezolanas con biquinis que todo lo descubren. Irán es república islámica y Venezuela, república bolivariana. El jefe supremo de Irán es un clérigo poco amigo de hablar en público. El de Venezuela no para de hacerlo y le anuncia por televisión a su mujer que se prepare, porque al llegar a la casa le "va a dar lo suyo". Mientras que la civilización persa es una de las más antiguas de la humanidad, la historia de Venezuela es, digamos, algo más breve. En fin, la lista de diferencias es larga: estos dos países no deberían tener nada en común.

Los regímenes de Irán y Venezuela son sectarios y autoritarios. Los violentos están en el Gobierno
Pero lo tienen. El parecido es tal, que la experiencia venezolana aporta interesantes claves para entender la crisis iraní.
Las imágenes de las marchas de la oposición en Teherán -multitudinarias, pacíficas, sin jerarquía clara y con la participación de gente de todas las edades y estratos sociales- son idénticas a las que solían ocurrir en Caracas antes que el Gobierno y la frustración las asfixiaran. Oír la desesperación en la voz de los jóvenes iraníes es oír las de los estudiantes venezolanos que llenaron el vacío político creado por una oposición largamente ineficaz. Y oír a Mahmud Ahmadineyad decir que quienes protestan su victoria son sólo un "polvillo irrelevante" es oír a Hugo Chávez llamando "escuálidos y vendepatrias" a los millones de venezolanos que no votan por él.
Ver los vídeos de los basiyís, las milicias islámicas, disparando a mansalva contra quienes marchan pacíficamente reclamando una elección limpia es volver a ver el vídeo donde las milicias chavistas -plena-mente identificadas- disparan contra opositores desarmados. Los motociclistas que recorren las calles de Teherán repartiendo bastonazos se parecen demasiado a los que aparecen cada vez que la oposición sale a las calles de Caracas. Enterarse de que el Tribunal Electoral iraní es un apéndice del Gobierno de Ahmadineyad es recordar que el jefe de ese mismo organismo en Venezuela, después de las elecciones, pasó a ser el vicepresidente del Gobierno cuya victoria había certificado días antes.
Tanto Hugo Chávez como Mahmud Ahmadineyad llegaron al poder gracias a su mensaje de lucha contra la corrupción y la desigualdad y por las esperanzas que generaron entre los más pobres. Sin embargo, en Irán y Venezuela la magnitud de la corrupción es hoy sólo superada por la impunidad con la que operan los corruptos del régimen. Los dos líderes han facilitado una fastuosa acumulación de riqueza en manos de una nueva élite. Y gracias al petróleo se pueden dar el lujo de ocultar que han devastado sus economías. Sus tasas de inflación están entre las más altas del mundo y las dádivas gubernamentales y el empleo público improductivo son la única esperanza de ingreso para millones de familias iraníes y venezolanas.
Pero los parecidos van más allá de la economía. Si Ahmadineyad apoya a Hezbolá, Chávez apoya a las FARC. Mientras Ahmadineyad intenta controlar Líbano, Chávez lo hace con Bolivia. Ambos sueñan con presidir una potencia regional. Ahmadineyad promete la desaparición del Estado de Israel y la caída del Gran Satán. En Venezuela, donde no se sabía qué era el antisemitismo, ahora se profanan sinagogas y Chávez se queja de que el estrado de Naciones Unidas donde le tocó hablar después de George Bush le huele a azufre satánico. El Gobierno venezolano es hoy más hostil hacia Israel que los de Egipto o Libia.
De todas las semejanzas, quizás la más sorprendente es la obsesión de ambos regímenes por parecer democráticos, plurales y progresistas. Esto no les es fácil, ya que en sus prácticas cotidianas son autoritarios, sectarios y militaristas; 14 de los 21 ministros de Ahmadineyad son miembros de la guardia revolucionaria o de las milicias basiyís. Los gobiernos locales, las empresas públicas y cientos de entes públicos son manejados por guardias revolucionarios compañeros de Ahmadineyad. Exactamente lo mismo pasa en Venezuela, donde la militarización del Estado es una característica fundamental y donde familiares, socios y camaradas de armas del presidente dominan todas las esferas del poder.
En ambos países, los violentos están en el Gobierno, no en la oposición. Tanto en Irán como en Venezuela, son las milicias gubernamentales quienes detentan el monopolio de la violencia como instrumento político. Pero lo esencial es entender que, en Irán y Venezuela, las elecciones no significan el posible cambio de un presidente por otro. Significan la posibilidad de sacar del poder a quienes han decidido perpetuarse en él. Y eso no es fácil. No lo ha sido en Venezuela; no lo será en Irán.

domingo, 14 de junio de 2009

MOISÉS NAÍM Elecciones en el país de los ayatolás


El ayatolá echó a perder la cosa
MOISÉS NAÍM 14/06/2009


No es que todo estuviese muy bien antes de que el ayatolá Alí Jamenei confirmara que los iraníes y el mundo disfrutaríamos de una nueva presidencia de Mahmud Ahmadineyad. Pero es que antes de ese anuncio tuvimos un par de semanas anormales. Fueron semanas en las cuales pasaron cosas que nos dieron algo de alivio frente al torrente de calamidades y malas noticias a las que nos hemos acostumbrado desde hace un tiempo.

El líder supremo ya no podrá seguir aparentando que Irán es una democracia
El discurso de Barack Obama en Egipto, por ejemplo, fue una buena noticia. Hasta Jaled Meshal, el jefe de Hamás lo tuvo que reconocer: "Indudablemente, Obama nos habla con un nuevo lenguaje. Si Estados Unidos desea abrir una nueva página, nosotros definitivamente le daríamos la bienvenida". De las palabras a los hechos hay mucho trecho y los discursos se olvidan, pero es mejor oír este intercambio de palabras que las que normalmente oímos entre Hamás y los estadounidenses. Esa misma semana, y en esa misma región, tuvo lugar otro evento igualmente refrescante: el debate televisado entre Ahmadineyad y su principal rival en las presidenciales, Mir Hosein Musaví. "Usted ha dañado la reputación de nuestro país, ha promovido extensos conflictos con otros países, y sus métodos nos van a llevar a una dictadura", le dijo Musaví al presidente iraní en un programa visto por millones de espectadores. Éstas tampoco son las palabras que normalmente se intercambian por televisión los líderes de la teocracia iraní.
También nos llegaron buenas noticias de Líbano.

En un país donde, por décadas, las rivalidades políticas se han resuelto a tiros y donde la influencia de la vecina tiranía siria y del Hezbolá apoyado por Irán han sido determinantes, hubo elecciones pacíficas. Las ganó una coalición de partidos políticos aliados en su rechazo a la influencia siria, a la interferencia iraní y a la violencia de Hezbolá. Por supuesto que Hezbolá no ha depuesto las armas, que Siria e Irán no van a dejar de tratar de controlar Líbano y que la violencia puede estallar de nuevo. Pero, a pesar de todo esto, las elecciones de Líbano nos trajeron una bocanada de aire fresco.
Las buenas noticias también nos llegaron de otros lugares de los que no las esperábamos. En el distrito de Dir, en el norte de Pakistán más de mil pobladores enfurecidos decidieron organizarse para erradicar a los talibanes y los sacaron de sus pequeños pueblos. Hasta hace poco esto era inimaginable.

En esas provincias limítrofes con Afganistán, la gente veía con simpatía a los talibanes y sus intentos de implantar las leyes islámicas y había fuerte rechazo a cualquier intervención militar contra ellos. Ahora, la popularidad de los talibanes se ha desplomado y los ataques del Ejército paquistaní con el apoyo de la población los ha obligado a replegarse. Trágicamente el coste humano ha sido devastador. Dos millones y medio de paquistaníes han sido desplazados de sus viviendas en lo que Naciones Unidas describe como el mayor y más rápido desplazamiento de refugiados desde el genocidio de Ruanda. Por ahora la opinión pública culpa a los talibanes de esta tragedia, pero pronto la desesperada situación puede llevar a una explosión política contra el Gobierno paquistaní.
A la red Al Qaeda tampoco le está yendo bien en estos días en Pakistán. Muchos de sus líderes están abandonando sus refugios en la zona fronteriza y tratando de llegar a Somalia y a Yemen, donde ven un ambiente más hospitalario para sus operaciones. Sus cúpulas han sufrido importantes bajas en los últimos tiempos. Los líderes de Al Qaeda en Pakistán se han quejado públicamente de la falta de dinero y armas.

Esta red terrorista no va a desaparecer. Pero es bueno enterarse de que las cosas no les están saliendo como a ellos les gustaría.
Esta extraña racha de relativamente buenas noticias se ve ahora truncada por el anuncio del líder supremo de Irán quien ha explicado que el abrumador -y probablemente fraudulento- margen de victoria del Mahmud Ahmadineyad es "una señal divina". Ya está. Eso es todo. Habló el ayatolá. Y millones de iraníes -y el resto del mundo- vivirán con las consecuencias. Pero él también.

Y una de las consecuencias es que ya no podrá seguir aparentando que Irán es una democracia o que él no es el responsable del estancamiento económico, la pobreza, la inmensa corrupción y la brutal represión que caracterizan al país donde manda. Por años Alí Jameneí ha podido desvincular su papel como jefe supremo, de la responsabilidad que tiene por el mal manejo de su país. Ya no. De aquí en adelante es a él y no al presidente de Irán a quien hay que señalar como el responsable de lo que pase en ese país. mnaim@elpais.es

domingo, 7 de junio de 2009

FELIPE GONZÁLEZ :Obama en El Cairo: ¿sólo palabras?




TRIBUNA: FELIPE GONZÁLEZ

Cuando un responsable político hace una declaración, no está opinando como cualquier ciudadano sobre un problema. Se está comprometiendo con una acción. Por eso roza el ridículo minimizar la importancia del compromiso contraído en El Cairo por el presidente de Estados Unidos, Barack Hussein Obama, diciendo que sólo son palabras.
Que nadie menosprecie el valor de las palabras. De ellas nacen tanto la guerra como la paz
Con palabras empezó la política de choque de civilizaciones. Con palabras se gestó la Guerra de Irak. Con palabras se inició la satanización del "otro", del que es diferente, convirtiéndolo en enemigo, clasificándolo a partir de arbitrarios ejes de malos y buenos.

Y con palabras entramos en un periodo desastroso de unilateralismo y gendarmería internacional, tanto en seguridad como en materia financiera. ¡Ya conocemos muy bien los resultados de aquellas palabras!
Así que es importante que con palabras se inicie un nuevo periodo que sustituya el unilateralismo por un orden internacional basado en la cooperación y el entendimiento. Importa, y mucho, que se sustituya el discurso del choque de civilizaciones y la diplomacia de las cañoneras, por otro de entendimiento, diálogo y respeto al "otro", con una diplomacia que realmente lo sea, sin imponer el poder que se tiene y sin renunciar a defender los valores en los que se basa.
Y sí, importa que se reconozca el sufrimiento del pueblo palestino y sus derechos a disfrutar de un Estado soberano en las fronteras deshechas de la Guerra de 1967, sin olvidar que los judíos soportaron un holocausto como culminación de siglos de persecución y tienen derecho a vivir en paz y con seguridad en el Estado de Israel.
Importa que se declare que Irán tiene derecho al uso pacífico de la energía nuclear y que se le ofrezca un diálogo sin condiciones, recordando el Tratado de No Proliferación y sus obligaciones. Todo eso, de lo que ha hablado con claridad Obama en El Cairo, importa.
Ser la primera potencia del mundo comporta respetar a los demás y hacerse respetar, entre otros medios por la actitud con los otros. Nunca será respetable quien no respeta a los demás aunque tenga fuerza para imponerse. Será temido y, con frecuencia odiado, pero no respetado.
Obama sabe que no tiene mucho tiempo, ni mucho margen, para transformar las palabras en planes operativos que lo hagan avanzar hacia objetivos de seguridad compartida en Oriente Medio y en el mundo. Pero es absurdo que se le pida lo que no puede, ni debe, dar, como renunciar a la relación de Estados Unidos con Israel. Tan absurdo como que un Gobierno israelí no comprenda que su seguridad no se basa en la guerra permanente, sino en una paz con garantías, basada en el respeto a los derechos de todos y avalada por Estados Unidos y la comunidad internacional.
El mundo árabe cambió su posición en 2002, con el plan de paz del entonces príncipe heredero de Arabia Saudí aprobado en Beirut, y con la reiteración del mismo por la Liga Árabe reunida en Riad en 2007: "Retirada israelí de los territorios ocupados en 1967, incluido los Altos del Golán; solución justa al problema de los refugiados; aceptación de un Estado Palestino independiente en Cisjordania y Gaza, con capitalidad en Jerusalén Este".
A cambio, según esa resolución, "los países árabes darán por finalizado el conflicto con Israel; firmarán un acuerdo de paz para garantizar la seguridad de todos los Estados de la región, y establecerán relaciones con Israel".
Si se superponen esta resolución unánime de la Liga Árabe y el discurso de Obama en la capital egipcia se tienen una parte sustancial de los mimbres para el cesto de la paz en un conflicto que ha sido y es el epicentro de todos los problemas de Oriente Medio, aunque no sea el único.
Éste es el inmenso valor del compromiso contraido por Obama en su discurso del pasado jueves.
Imaginen que una Europa rota por la aventura bélica de Irak, una querella que aún pesa en nuestras posiciones en política exterior, se suma como Unión a Estados Unidos para colaborar en una acción diplomática decidida.

El potencial de esa colaboración sería extraordinario.
El histórico conflicto árabe-israelí es para Europa un problema de vecindad, como todos los de Oriente Medio. Por eso es una prioridad, la más importante de sus relaciones con el mundo. La desgracia que nos llevó a la división y al enfrentamiento de posiciones ante la Guerra de Irak puede y debe convertirse ahora en unidad, con Estados Unidos, con la Liga Árabe y con Israel.
No menosprecien las palabras, porque de ellas nacen tanto la guerra como la paz. En El Cairo Obama ha pronunciado las de la paz.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.