miércoles, 12 de agosto de 2009

El Congreso del Partido Comunista Cubano no tendrá lugar


Elizabeth BurgosMartes,

11 de agosto de 2009
La actualidad política latinoamericana se ha centrado en el caso de Honduras.
Es cierto que la comunidad de gobiernos y las instituciones internacionales se han tomado muy a pecho el derrocamiento del presidente Mel Zelaya, en particular el Secretario General de la OEA que en este caso reveló sin pudor su parcialidad al apoyar el escenario propuesto por Hugo Chávez como solución de la crisis planteada por el país centroamericano.

En lugar de exigir la vuelta al poder del presidente destituido, lo que procedía, ante todo, era escuchar y llevar a debate, las razones esgrimidas por las instituciones de Honduras que las llevaron a tomar esa decisión extrema. Zelaya fue considerado por las instituciones de su país culpable de promover un golpe institucional instigado por Hugo Chávez que le permitirá a éste, sumar la región centroamericana a su proyecto de geopolítica petrolera al servicio de un utópico Socialismo del Siglo XXI.

Vale la pena recordar que cuando Evo Morales derrocó a dos presidente en Bolivia, - el mismo caso se dio también en el Ecuador - ninguna instancia internacional se sintió concernida ni ningún gobierno latinoamericano se sintió aludido como para que emitieran, por lo menos, un comunicado de protesta.

Ni Fidel Castro ni Hugo Chávez pidieron la intervención del “imperio” para reponer en el poder a los presidentes derrocados por “movimientos sociales” como Fernando de la Rúa en la Argentina, en 2001, Gonzalo Sánchez de Lozada derrocado por un movimiento instigado por Evo Morales en 2003 y luego, el mismo Evo Morales obró para derrocar también a Carlos Mesa, en 2005, el vicepresidente a quien le tocó asumir la presidencia tras la salida de Sánchez de Lozada. Tampoco actuó la OEA ante el fraude electoral perpetrado por Daniel Ortega en Nicaragua, ni ante el derrocamiento de Lucio Gutiérrez en el Ecuador, en 2005.
La desproporcionada sobredimensión, fruto del inmenso profesionalismo de Fidel Castro en materia de manipulación mediática planetaria, le otorgó a un hecho acaecido en un país menor, el impacto de un eco planetario y de alta política, pese al carácter circense que le dio la escenografía diseñada por Hugo Chávez.
Sin embargo un hecho de merecido impacto pasó desapercibido de la opinión pública, que, dada la influencia cada vez más creciente de Cuba en el continente, debería tomarse en cuenta.
Se trata de la decisión de posponer de manea indefinida el tan esperado Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba. A todas luces, la desaparición de Fidel Castro debía llevar a un plano central el papel del PCC pues es evidente que nadie puede ocupar la figura omnipresente y carismática de Fidel Castro. El PC dejaría de ocupar un papel simbólico y de control de la población, para convertirse en el eje del poder institucional que asumiría las riendas de un poder más colectivo; modelo que se adapta más a la psicología de Raúl Castro.
En ese mismo orden de ideas, también pasó desapercibido el hecho de que Fidel Castro al abandonar en favor de su hermano todos los cargos que hasta entonces había detentado, se reservó el del Primer Secretario del PCC.
Cuado Raúl Castro asume el poder por la gracia de su hermano mayor, en 2007, anuncia que para el mes de junio 2009, se celebrará el Sexto Congreso del PCC. Se debe acotar que el desde hace diez años el PCC no ha celebrado congreso alguno, lo que demuestra lo formal o simbólico de su poder.
El anuncio de posponer el Sexto Congreso demuestra las tensiones y profundos desacuerdos entre los hermanos Castro y la nomenclatura cubana.
Todo parece indicar que el escenario que parecía perfilarse a raíz de una sucesión de liderazgo, estaba supeditado a la desaparición de Fidel Castro. La celebración del Sexto Congreso, tras el cambio de liderazgo y la voluntad de Raúl Castro de otorgarle un verdadero papel al partido en la conducción del país, obligaba a efectuar una remodelación de la dirección del partido, lo que significaba nombrar a un nuevo Primer Secretario, cargo que según la tradición castrista, debía recaer en Raúl Castro, lo que significaría, despojar a Fidel Castro del último cargo de poder legitimo que aún ostenta. ¿Quién sería capaz de semejante “magnicidio”? Al mismo tiempo si no se le despoja a Fidel Castro de ese último mandato, a los ojos de la inmensa mayoría de la población y de la misma nomenclatura, significa que nada ha cambiado, que simplemente, no habrá cambios, que el régimen conserva el inmovilismo que lo ha caracterizado.
Ante una población que comienza a dar signos de hartazgo, un gesto de inmovilismo de esa naturaleza, puede acarrear reacciones insospechadas. En aras a evitar desbordamientos, y para callar las tensiones y los profundos desacuerdos que se perciben entre los hermanos Castro y el grueso de la nomenclatura, se prefirió posponer el congreso del partido, hecho que es absolutamente indispensable si realmente se desean operar los cambios que está pidiendo a gritos la población cubana, que conduzcan a una verdadera transición de régimen; lo que no significa, por supuesto, un cambio en la naturaleza de ese mismo régimen.
Mientras tanto, Fidel Castro, lejos de desaparecer, ha demostrado que su salud ha mejorado notablemente, al punto de seguir llevando las riendas de la política exterior, en particular, aquellas operaciones que constituyen su coto personal, destinadas a imponer en el continente su modelo de gobierno y de sistema político mediante el seguimiento y el monitoreo de la evolución del régimen venezolano y de sus satélites.
El liderazgo de Raúl Castro parecía comenzar de buen pie. Anunció reformas urgentes y hasta se permitió emitir críticas a ciertas directivas del sistema, cuando accedió a los cargos hasta entonces, ocupados por su hermano mayor. Pero, a medida que la salud de Fidel Castro ha ido mejorando, el liderazgo de Raúl se ha ido revelando débil, inconsistente lo que aminora su posibilidad de ser reconocido como líder legitimo, como lo señala Brian Latell, uno de los grandes expertos en Cuba y en castrismo.
En efecto, Latell constata que en los dos precedentes discursos de Raúl Castro el 26 de julio, se había podido percibir a un Raúl Castro pleno de brío y de confianza en si mismo. En cambio en el discurso del 26 de julio 2009, aparecía como un hombre fatigado. En 2007 anunció cambios estructurales y conceptuales. En 2008 puso el acento en ocuparse de formar a la juventud y estar a la escucha de la misma; incluso le pidió encarecidamente debatir acerca de los problemas de Cuba. En el 2009, se dirigió a la juventud para instarla a sumarse a tareas agrícolas, a sumarse al proyecto de plantar conucos alrededor de las ciudades. ¿Producir alrededor de las ciudades cuando cientos, miles de hectáreas están en el campo adentro sin cultivar?, es la pregunta que se hacen perplejos los campesinos cubanos.
La figura de los conucos alrededor de la ciudad, como los gallineros verticales de Hugo Chávez, son el reflejo de lo más retrógrado del castrismo: un ruralismo obsoleto y conservador. No en balde en su última “reflexión” Fidel Castro despotrica contra la tecnificación del trabajo, lo que nos recuerda las polémicas que se suscitaron en el seno de la sacarocracia cubana, cuando los más propensos a la modernización buscaban en Inglaterra máquinas para efectuar el corte de caña y así terminar con la mano de obra esclava, mientras que otros abogaban por continuar el sistema de esclavitud.
No en balde la manera cómo ha orientado económicamente el uso de los profesionales cubanos, alquilándolos como fuerza de trabajo, forma parte de esa tradición de mano de obra esclava.
La pervivencia de un régimen tan profundamente conservador cuya influencia en América Latina se impone cada vez más, no es un buen presagio.
eburgos@orange.fr

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