miércoles, 12 de noviembre de 2008

Antonio Cova Maduro // Y ganó la oposición

La "mala racha", si puede llamarse así, no dejó nunca de acompañar a la administración
Es más: ¡arrasó! Como tenía que ser, como lo merecían estos ocho años de gobierno republicano, que no hizo otra cosa que cometer error tras error. Podría decirse, incluso, que él mismo fue un error desde el principio. Un Gobierno que llegó al poder sin plan alguno, sino más bien con una obsesión: borrar todo lo que habían significado los Clinton. No dejar nada de ellos en pie, comenzando por el superávit que dejaron.
Y hablando de pie, la mala pata de George W. Bush quiso que, en medio de su impreparación, su verdadera inauguración fuera el 11 de septiembre, cuando apenas tenía poco menos de 8 meses en el poder; sin haber iniciado nada digno de llamarse "gestión de gobierno". La obsesión con la indecorosa conducta de Bill Clinton puso sobre el tapete algo que no debió estarlo: los valores morales confinados a la sexualidad. Nada más. Se pusieron en primera línea los tan problemáticos "family values", que rápido fueron pasto de Saturday Night Live y de los "comedians", que abundan en Estados Unidos.
Pero la administración Bush, no sólo careció de propuestas de gobierno propiamente, sino que el casting que produjo fue una colección de incompetentes tan envanecidos cuanto de un gris subido. Mientras la prensa calló, obsecuente, pasaron desapercibidos; pero eso no podía durar& Todo lo agravaría el timing. El elenco de Bush logró escudar su ineptitud tras un lenguaje belicoso, que el 9/11 les puso en bandeja de plata.
El mejor ejemplo: Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono, y el grupito de neo conservatives que le acompañaban. El más famoso, el señor Wolfowitz, sería premiado por Bush con la presidencia del Banco Mundial, hasta que un escándalo de "favoritismo erótico" le sacó del juego. Enredado en la ola antiislámica que se desató en Estados Unidos luego del 9/11, el Gobierno perdió todo norte y toda iniciativa y, lo peor, sus propios valores y la base social e ideológica a la que respondía le encajonaron en un callejón represivo que rápidamente les haría perder cualquier simpatía en el mundo, y en áreas claves del propio Estados Unidos. Mientras, lo mejor del mundo político se les escurría. El caso más emblemático fue la salida de Colin Powell.
El Gobierno se quedó solo con Karl Rove, a cuyas hábiles maniobras y a un sentimiento de paranoia extendida -que se negaba a ver el empeoramiento de la situación militar y política en Irak- debió su sólido triunfo en las elecciones nacionales del 2004. Con un triunfo así, ¿qué gobierno capta la avalancha que, seguro, le va a sepultar? El Bush de septiembre del 2001, reforzado por el alud de votos del 2004, no pudo ver las serias amenazas que le esperaban al voltear la esquina. Y rápido se le vinieron encima todas juntas. Sus últimos meses han sido un largo via crucis, que desembocó en su brutal crucifixión un martes 4.
Hoy todos entienden que nada podía hacer el único republicano capaz de sacudirse de los pecados de Bush. Pero era un bacalao gigante el que llevaba a sus espaldas. Incluso podríamos decir que, hasta la misma Convención que lo eligió estuvo repleta de malas señales: desde la suspensión inicial por la amenaza de un pariente del huracán Katrina, hasta el error que fue la sorpresa de Alaska. La mala racha, si puede llamarse así, no dejó nunca de ser compañera habitual de la administración Bush: una guerra, buscada con pasión en medio del triunfalismo inicial, que se fue pudriendo y que produjo dos escándalos intragables: las torturas de Abu Graib y la existencia y mantenimiento del campo de prisioneros en que convirtió la base de Guantánamo, sostenida por años a espaldas del sistema judicial norteamericano.
Y la fatal incompetencia en las secuelas del huracán Katrina. Todo ello fue conformando una tormenta que el gobierno de Bush no supo ver y que estallaría con furor al derrumbarse el sistema hipotecario. Al igual que el Partido Popular español -a quien echó del poder el atentado terrorista del 11 de marzo, dos días antes de las elecciones- el Partido Republicano no podía resistir la debacle financiera de octubre. La población tenía que cobrar, ¡y cobró! Más allá de la derrota republicana, el pasado 4 el pueblo norteamericano asestó la puntilla final a la ideología que siempre les orientó: el modo Reagan de entender al país. Las rápidas y contundentes decisiones que la misma administración Bush hubo de tomar justo antes de las elecciones ya liquidaron ese modelo. Obama simplemente le extendió el certificado de defunción. Ya era hora, ¿no creen?
antave38@yahoo.com

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