sábado, 7 de noviembre de 2009

Colombia:LOS EFECTOS DEL PERDÓN PARA LA RECONCILIACIÓN Y LA PAZ.






Pormenores de la reunión de los hijos de Galán con el de Pablo Escobar, el asesino de su padre



Rodrigo Lara, Carlos Fernando, Juan Manuel y Claudio Galán, leen en conjunto la carta que les envió el hijo de Pablo Escobar (foto peq.) quíen ahora se llama Sebastián Marroquín y vive en Argentina junto a su familia. Foto: Cortesía Nicolás Entel
El encuentro que Rodrigo Lara, mis hermanos y yo tuvimos con Sebastián Marroquín, el hijo de Pablo Escobar (Juan Pablo), en un hotel del norte de Bogotá, ha sido una

de las experiencias más impactantes de mi vida. Debo confesarlo, por varios años sentí una rabia y un odio muy fuertes hacia todo lo que se relacionaba con Escobar. Era el símbolo de esas fuerzas nefastas que me arrebataron a mi papá cuando yo apenas tenía 12 años. Llegué inclusive a sentir alivio cuando me enteré de su muerte. Y recuerdo que sentí miedo, estando en el exterior, cuando conocí la reacción inicial de su hijo Juan Pablo ante la noticia de su muerte: amenazó con vengarla, pero minutos después y antes de partir en busca del anonimato, hizo una llamada en la que se retractaba.
Durante todos esos años de exilio, solo conocimos dos noticias de la esposa y los hijos de Escobar: la primera, que luego de haber buscado sin éxito asilo en varios países, Argentina los acogió y decidieron cambiar sus nombres para tratar de escapar del sino trágico de su apellido y vivir, como nosotros, en el exilio. La segunda, que luego de algunos años en Argentina, se vieron involucrados en una investigación por lavado de activos que, a pesar de haber sido archivada, devolvió al punto de partida


su intento por buscar una nueva vida. Han pasado muchas cosas desde entonces. La investigación por el asesinato de mi papá ha avanzado y eso demuestra que no se trató de una acción en la que solo participó el ala militar del Cartel de Medellín. Y nosotros, como víctimas, no hemos claudicado en la búsqueda de la verdad y la Justicia.
En ese contexto apareció Nicolás Entel, un documentalista argentino radicado en los Estados Unidos, que nos pidió un espacio para acompañarnos en nuestras labores diarias y para hacer varias entrevistas. Su propósito era realizar un documental que "contara la historia de los años ochenta en Colombia, vista desde los ojos de los hijos de sus protagonistas". Poco a poco nos fuimos dando cuenta de que no se trataba de un documental cualquiera. Entel nos hizo varias entrevistas extensas a cada uno, nos acompañó días enteros con sus cámaras, hizo innumerables viajes a Colombia y a Argentina, e invirtió todos sus ahorros en el documental. Cerca de un año después del primer contacto y antes de uno de esos viajes, el cineasta nos sorprendió con la noticia de que nos traería una carta de Sebastián.

El reconocimiento
La carta, conocida ya por la opinión pública, nos impactó mucho por varias razones.

En primer lugar, nos pareció un acto sin precedentes que el hijo de Escobar aceptara los crímenes de su padre, reconociera el daño que éste le hizo a Colombia y pidiera perdón. En segundo lugar, mostraba lo que parecía ser un sincero ánimo de reconciliación de paz en un texto muy bien escrito. Y tercero, planteaba la posibilidad de un encuentro de los cinco: Rodrigo, mis hermanos, él y yo. En varias oportunidades Entel nos había hablado de Sebastián, de su vida en Argentina, de su trabajo y de

las dificultades que había afrontado. Nos explicó cómo había logrado romper el


destino lógico que representaba ser el hijo de Escobar para convertirse en una

persona de bien. Por eso cuando leímos la carta entendimos que la intención que percibíamos coincidía con la realidad y decidimos responderle.

A esas alturas no sabíamos cómo ni cuándo iba a ser el encuentro. Solo sabíamos que teníamos que procesar emocionalmente lo que significaría ese contacto para cada uno de nosotros.
Pocos meses después, se concretó el encuentro. Cuando lo vi entrar al salón reservado de un hotel del norte de Bogotá, lo primero que sentí fue una especie de corrientazo. Su parecido físico con Escobar me removió el corazón. En ese momento volvieron a mi mente preguntas que me había hecho en esos meses. ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Puedo perdonar? ¿He superado las etapas necesarias para llegar a un perdón real y auténtico? ¿Qué pensaría mi papá de lo que estoy haciendo?
La prevención que sentí al verlo por primera vez en persona fue desvaneciéndose,

pues encontré un hombre sencillo, sereno y muy respetuoso de nuestro dolor y de la tragedia que ha sufrido este país. Le insistimos en que a pesar de que entendíamos


su necesidad de buscar un perdón como heredero de Escobar, nada teníamos que

perdonarle porque él era una víctima más de su propio padre. Le explicamos que el encuentro no significaba renunciar a nuestro derecho de conocer la verdad y lograr justicia.

Sebastián reconoció el dolor que su papá, como jefe del cartel de Medellín, le causó

a Colombia y a nosotros, y la forma como sus acciones truncaron las esperanzas del país. La conversación entró entonces en un plano más personal. Nos preguntó por nuestra vida en el exterior y por el regreso, y nos contó cómo había sido la odisea

para lograr que algún país los recibiera cuando salieron de Colombia. Nos habló de su esposa y del resto de su familia en Argentina, de sus estudios, de su trabajo, incluso de la música que le gusta y de sus autores preferidos. Hubo momentos en los que no oí la conversación. Me limité a ver una imagen que resume lo impactante del momento: a mi izquierda estaba sentado mi hermano Claudio, con un parecido físico increíble a mi papá, y a mi derecha el hijo de Escobar, con un parecido impresionante

a su padre. Los dos, en el mismo recinto, dialogando.

Tres horas más tarde, sentí un gran alivio, una paz interior que no había sentido casi nunca. Pensé en el país, que vive atado por cadenas de odio y de venganza, sumido

en círculos de sangre y de muerte que nos han llevado a muchos a dudar sobre la posibilidad de lograr algún día la tan anhelada paz y una verdadera reconciliación.

Lo que sentí tras el encuentro con Sebastián me dio la certeza de que Rodrigo, mis hermanos y yo habíamos hecho lo correcto y de que mi papá estaría de acuerdo.

¿Cómo dar la espalda a una petición sincera de reconciliación y paz? Entendí

entonces que, en medio de la violencia que aún vivimos, no puede pedírseles a las víctimas perdón negándoles sus derechos. Yo, como una de las centenares de miles

de víctimas de la violencia colombiana, entendí esa noche que el perdón legítimo es liberador.

Por Carlos Fernando Galán
Concejal de Bogotá.




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