sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Por qué la izquierda europea le baila el agua al chavismo?


José Antonio Sentís
El Imparcial, España
22 09 09

Uno de los insondables misterios de la Humanidad es entender a la moderna izquierda europea. Vive ésta cómodamente instalada en democracias liberales de origen burgués y, sin embargo, mantiene vivo el imaginario del idealismo revolucionario. Pero siempre que se aplique a otros países de otros continentes y no a los suyos, claro está.

La izquierda europea babea con Chávez y con el chavismo. Con Evo, con Correa, con Zelaya, incluso con el insignificante Ortega. No se sabe si porque representan lo que desearían ser, o por la mala conciencia de no haberlo sido, o por no poder serlo en nuestros países europeos, tan acomodados y tan cómodos de gobernar.

Porque no es sólo el interés económico lo que impulsa en la izquierda europea al apoyo de Chávez, al controlar éste la riqueza del petróleo venezolano y los negocios de él derivados. No es cierto. Hay un sustrato ideológico más profundo. Zapatero no se encuentra con Chávez por los intereses económicos de España. Es que le cae simpático. Porque es el rojo que Zapatero hubiera querido ser, y que no hay manera de ser en España desde que se dirimió la ancestral disputa ideológica en una guerra salvaje.

Y Zapatero no está sólo. La simpatía de la izquierda española, y por extensión, la continental, está con el gobernante venezolano, pese a una deriva totalitaria que se agudiza día a día, casi minuto a minuto. Y, sin embargo, si cualquiera de estos simpatizantes de Chávez a nueve mil kilómetros de distancia viviera por un mes en Caracas, se daría cuenta de que la sensación de asfixia a las libertades le haría la vida, su confortable vida bajo la democracia liberal, irrespirable.

Chávez está protagonizando un experimento de socialismo revolucionario (son sus palabras). Y, como en toda revolución socialista, sus primeras víctimas son las libertades, esencialmente la de expresión y la de participación política.

El acoso a los medios de comunicación venezolanos que discrepen de la revolución es cada día más inaguantable. Cierres de medios, persecución de la Fiscalía revolucionaria a los periodistas y propietarios, asfixia económica e incluso piquetes milicianos de represión callejera a los reporteros.

Y, simultáneamente, persecución fiscal a quienes se atreven a presentarse como opositores al chavismo: el gobernador Rosales, del Estado de Zulia, exiliado a Perú tras la persecución de la Justicia chavista, y la misma semana pasada, otros dos electos por la oposición ¡acusados de complot para un asesinato!

Pero nada de esto conmueve a la izquierda bienpensante de nuestro viejo Continente. Ni siquiera la evidencia de enriquecimiento de la nueva clase dominante, la nueva burguesía bolivariana o “boliburguesía”, impulsada descaradamente por Chávez entre su entorno personal o clientelar. Todo ello en un contexto de pobreza creciente, sólo parcialmente subvencionada por el chavismo, que genera a su vez una violencia e inseguridad ciudadana récord en el mundo.

Se puede entender, a estas alturas, que la promesa popular de Chávez a su llegada en plena crisis política y de partidos en Venezuela fuera jaleada por la izquierda. Incluso lo fue por parte de la derecha liberal. Lo que no es entendible es que la deriva populista del locuaz presidente venezolano sea aún respaldada. O que lo sea su estrategia de exportación para América de su socialismo soviético. O que lo sea su intento de alianza antiimperialista (antiestadounidense) con los países más gamberros del mundo, desde Irán hasta Bielorrusia.
Y todo ello sin contar con las formas cada vez más chabacanas de una gobernación caprichosa, que da vergüenza ajena si se toma como chiste, pero que asusta si se toma en serio el lenguaje amenazante, militarista, insultante y matón.

Tiene, pues, que hacérselo mirar la izquierda prochavista europea. No es un buen negocio admirar a quien cita con soltura a Lenin, Stalin y Mao. Especialmente si quiere, como quiere, llevar a cabo sus eximias enseñanzas que tantas alegrías, es un decir, dieron al siglo XX, junto a su contraparte del nazismo.

Postdata hondureña

El criollo ex liberal y actual chavista Zelaya intentó dar un golpe de Estado desde el Ejecutivo, al pretender un cambio constitucional para su reelección indefinida, expresamente prohibido en la Carta Magna hondureña (artículo 239). Fue depuesto por los poderes Legislativo y Judicial. A esto la izquierda lo llamó golpe de Estado, y ahora presiona para que Zelaya, regresado a Tegucigalpa, vuelva al poder, y así pueda quedárselo sine die. No parece tener esto mucha lógica democrática.

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EMILIO NOUEL V.

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