martes, 19 de agosto de 2008

PUTINERIAS

La pregunta que se impone responder a los venezolanos es si es posible hacer una "alianza estratégica" con una gran potencia, ponerse "bajo su protección" y desembarazarse al mismo tiempo de las tropelías que esa potencia perpetre en el ámbito internacional.

La experiencia demuestra que esto no es posible, como se desprende de la conducta seguida por Fidel Castro durante el conflicto chino soviético, en que terció abiertamente a favor de la URSS, o la invasión de Checoslovaquia en 1968, en que contra la opinión mayoritaria del mundo, una vez más, se puso del lado de los tanques rusos y respaldó resueltamente la invasión, aún a costa de pagar un precio muy alto.

Una cierta lógica política tasa los respaldos de tal manera que cada apoyo crea una obligación tácita o explícita de que se va a actuar de un modo recíproco respecto del otro, so pena de quebrantar las bases de la asociación o alianza y fracturarla hasta hacerla inviable.

Una de las pretensiones del neo comunismo (o socialismo) es liberarse de los imperativos de la lógica, como lo han hecho de toda racionalidad, sobre todo económica; por lo que les parece posible expropiar los bienes ajenos y decir que respetan la propiedad privada, establecer una hegemonía comunicacional a la vez que exaltan la libertad de expresión, mandar a la cárcel o al exilio a los opositores y proclamar al mismo tiempo la defensa de los derechos humanos, defender al terrorismo y no querer ser considerados como forajidos.

Desafortunadamente el sentido común nos sigue diciendo que no se puede hacer sociedad con Vladimir Putin (como con Al Capone) y evitar ser llamado al mimos tiempo "gángster". En un conflicto global, Venezuela podría quedar ubicada en el lugar equivocado en el momento menos propicio.

El gran aporte de Putin a la política mundial es ser cabeza del neo totalitarismo, pretender que se puede restaurar el comunismo post soviético, reconstruir la pretendida grandeza de la Unión Soviética, pero con un cínico revestimiento de pseudo democracia, para cumplir con los cánones de la civilización occidental, que en el fondo considera como una farsa de la que se puede burlar a gusto.

Lo que reivindica Putin es la llamada "política de poder", la creencia de que el sistema internacional es una selva donde impera la ley del más fuerte; el prejuicio soviético del "cordón sanitario" que se estrecha alrededor de Rusia y que él tiene la obligación de ensanchar, hacia fuera, hacia occidente y oriente por igual, hasta abarcar todo el mundo. Si esto no es imperialismo, habrá que buscarle otro nombre, pero resulta por sí solo bastante amenazante.

GEORGIA. Coincidiendo con el inicio de los juegos olímpicos de Pekín, los tanques rusos invadieron esta pequeña república del Cáucaso, el pasado 8 de agosto, apoyo aéreo incluido. Curiosamente, la hegemonía comunicacional del Kremlin presentó al presidente de Georgia como "agresor" y "genocida", sin omitir que se aprovechaba de los juegos olímpicos para encubrir sus acciones.

Incluso para los venezolanos, acostumbrados como estamos a la táctica del régimen de imputarles a los otros lo que ellos hacen, resulta imposible digerir, ni siquiera concebir tanta maldad y cinismo. No sólo porque Georgia estaría perpetrando esa agresión contra su propio territorio y los georgianos se estarían matando a sí mismos, sino porque de inmediato hicieron recordar que la utilización de las olimpiadas para encubrir invasiones es toda una tradición soviética: así fue la invasión de Hungría en 1956, coincidiendo con las olimpíadas de Melbourne; la de Checoslovaquia en 1968, con las de México y la de Afganistán justo antes de las mismísimas olimpiadas de Moscú, en 1980, lo que propició el boicot de los juegos por algunos participantes, pero no impidió que la cobertura periodística dirigiera la atención del público hacia los juegos, alejándola de los teatros de operaciones y de la muerte de civiles.

Lo cierto es que los rusos han organizado y armado unos grupos irregulares separatistas en la región que llaman Osetia del Sur, que se encuentra en el mero corazón de Georgia, para provocar la acción de las fuerzas armadas del Estado, a la que ellos se han tomado la libertad de responder en una escala tan abrumadora que es imposible no advertir que se trata de una operación planificada con mucha anticipación.

El verdadero motivo de la invasión es la solicitud de Georgia de formar parte de la OTAN, lo que siendo un vecino de Turquía, que ya forma parte de la organización, es considerado por el Kremlin como un avance inaceptable en su patio trasero. Por este motivo están dispuestos a ir a una guerra generalizada. El mito del "cerco profiláctico" y la política de poder reinan otra vez en Moscú.

Esta invasión pone en evidencia no solo que los tanques rusos ya no pueden derrocar gobiernos para sustituirlos por gobiernos títeres dentro de su órbita, como en el pasado, sin conseguir resistencia armada, sino también la impotencia de Europa frente a la amenaza rusa. Todo el antiamericanismo cultivado por décadas se espanta ante el rugido del oso, que no puede ser domesticado sin contar con el respaldo de los aliados al otro lado del Atlántico. Otros se han limitado a comentar, encogiéndose de hombros, "uno no va a la guerra con alguien que te puede cortar el suministro de gas".

Rusia no puede convencer a nadie, no puede lograr que alguien quiera irse voluntariamente hacia su sistema, sea comunista o neocomunista, por lo que apela a la lógica del chantaje: adhesión incondicional o aniquilación. Esto es lo que le han ofrecido a Georgia, como antes lo hicieron con Chechenia.

Putin se ha ganado su lugar en la historia como Iván El Terrible o Stalin, un autócrata desalmado, un nuevo Zar sin la nobleza de los Zares. Y este es el último logro de los neocomunistas: han perdido el miedo al juicio de la historia. Los marxistas ortodoxos habían sustituido la idea del fin de los tiempos y el Juicio Final por la lucha final y el juicio de la historia. Realmente creían que la historia los pondría en un pedestal o los lanzaría al basurero. Pero los neo comunistas han superado por completo esas supersticiones. Realmente les importa un carajo lo que la historia diga de ellos, si ahora disfrutan del poder y sus beneficios, todo lo demás son supercherías de viejas.

Ciertamente, lo más amargo de nuestro tiempo no es que los buenos hayan perdido toda esperanza sino que los malos hayan perdido todo temor.

ANNA. La Politkovskaya fue asesinada el 7 de octubre de 2006 enfrente de su residencia en Moscú, justo el día de cumpleaños de Vladimir Putin. Como en una película de El Padrino, el pistolero dejó caer el arma con que le dio dos tiros, al pecho y la cabeza, y se alejó tranquilamente, como si no hubiera hecho nada. Más ruido hicieron los corchos de las botellas de champaña, los aplausos y las risas en la celebración de los 54 años del "salvador de Rusia", "amigo de todos los niños", "criador de cerdos más destacado del país", "mejor minero", "camarada de todos los atletas" y "más destacado director de cine", como ella lo reseña en su libro La Rusia de Putin, un bestseller en el exterior, pero extrañamente ignorado en el interior del país.

En Rusia se da la paradoja de que algunas personas no consienten que sus opiniones sean publicadas adentro, por temor a las consecuencias y en cambio no tienen reparo en que se publiquen en el exterior, confiando con toda certeza en que lo que se diga afuera no será conocido dentro del país, tal como ocurría durante el período soviético.

Los que dispararon contra Anna apostaron muy alto, porque al vincular el crimen así fuera simbólicamente con Putin se aseguraban la más absoluta impunidad y la abstención de todo el aparato judicial y de seguridad del país. ¿Quién podría sacar la mano por una periodista defensora de chechenos, tanto menos si esta de por medio el nombre del Zar de todas las Rusias?

Hay que reconocer que desde el ascenso de Yeltsin a la caída de Anna habían sido asesinados más de 300 periodistas en toda Rusia, sin que se armara tanta alharaca. Es el precio que se paga al pasar de un régimen cerrado a una sociedad abierta, de opinión pública, a la que las mafias no se acostumbran, por lo que resuelven las discrepancias de opinión a su manera, a la de Putin y compañía, es decir, a tiros.

Dice Anna: Me acerco al final de este libro, cuando el calendario marca la fecha 6 de mayo de 2004. No se ha producido el milagro de que alguien cuestione los resultados de las elecciones presidenciales del 14 de marzo. La oposición las ha respaldado. Por lo tanto, mañana asistiremos a la inauguración de la época de Putin II, un presidente reelecto con la increíble mayoría del 70% de los votos. Aunque descontemos un 20% de votos fraudulentos destinados a redondear el resultado, igual habrá recibido votos suficientes para asegurarse la presidencia.

En pocas horas, Putin, un típico teniente coronel del KGB soviético, subirá otra vez al trono de Rusia. Su imagen es tan estrecha y provinciana como induce a pensar el rango militar que alcanzó. Tiene la antipática personalidad de un teniente coronel que nunca consiguió ser ascendido a coronel y las maneras de un policía secreto soviético que suele husmear a menudo en la vida de sus colegas. Y además es vengativo. Ni uno solo de sus oponentes políticos ha sido invitado a la ceremonia de nombramiento, como tampoco ninguno de los partidos políticos que no se pliegan a sus dictados.

Y como epílogo: Si atendemos a los sondeos de opinión elaborados por las empresas (encuestadoras) que no desean perder sus contratos con la oficina presidencial, la popularidad de Putin no podría ser más elevada. Afirman que cuenta con el apoyo de la aplastante mayoría de la ciudadanía rusa, que goza de total confianza, que nadie desaprueba sus acciones.

ALEXANDER. Quien se dedicó a realizar una investigación independiente del asesinato fue Litvinenko, antiguo agente del KGB, hoy Servicio Federal de Seguridad (FSB), pero fue detenido, encarcelado y amenazado al punto que huyó con su familia de Moscú y pidió refugio político en Londres.

Hasta allí fue perseguido y asesinado mediante un producto identificado como "Polonio 210" un isótopo nuclear. Un producto así, que produce una muerte agónica, tiene el sello oficial de los servicios secretos de Putin.

Su defensa es ejemplar: "Lo que Litvinenko iba a decir ya lo había dicho". Mejor es la del Ministro de Defensa, típica de la burocracia soviética: "No era nadie". Lo que no gusta al Reino Unido es que el FSB extienda sus tentáculos y ande asesinando gente incluso en Piccadilly Road, en mero centro de Londres, lo que afecta algo más que la seguridad y el respeto debido a la Corona.

Putin se debate en una sorprendente paradoja: por un lado, quiere parecer frío, duro, inflexible, inspirar horror, que es como los autócratas rusos entienden el respeto; pero así parece inhumano, cruel, "una fría estatua de hielo", como lo definía Anna Politkovskaya, algo problemático para sus asesores de imagen.

Entonces da un giro copernicano y aparece cargando niñitos, besando viejitas, visitando heridos en los hospitales, poniendo una cara de circunstancia, como si estuviera a punto de arrancarse a llorar, que resulta ser más caricaturesca que una simple falsificación. Completamente intragable.

En sus memorias Lénin confesó que cuando veía niños se sorprendía invadido por una corriente de ternura, le provocaba acariciar; pero entonces retrocedía espantado: "¡No, no! –se decía-: ¡Es necesario golpear, golpear!"

Pobre Volodia, su rigor, implacabilidad, intransigencia revolucionaria sigue siendo el karma de quienes le siguieron y aún permanecen bajo su influencia no solo en Rusia, sino en todo el mundo. Fingen ignorar que mientras las estatuas exhibían un Lénin granítico, líder del proletariado mundial, en realidad, en una dacha remota, un anciano retirado era consumido por la bacteria de la sífilis y daba muestras ostensibles de demencia. Todavía se conserva ese cerebro deformado por los estragos de la enfermedad y una vida insoportable.

Putin, por supuesto, no es Lénin. Es apenas un teniente coronel con gravísimos delirios de grandeza. Un problema embarazoso que no se sabe todavía cómo resolver; pero que se está tornando peligroso, incluso para sus acomodaticios jala-colaboradores.

Luis Marin

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